En este nuevo post vamos a hablar de «Los Arrieros», hombres decididos y valientes que practicaban un oficio ya perdido, conducían bestias de carga y trajinaban de un lugar a otro. Un oficio de los de antaño de nuestras gentes, de nuestros pueblos. Reza el dicho popular «Arrieros somos y en el camino nos encontraremos».
¿Pero que sabemos ahora en el siglo XXI de este oficio?. La palabra arriería, según define el Diccionario de la Lengua Española, se deriva del vocablo ‘arría’, que significa recua o conjunto de animales destinados al transporte de mercaderías; a su vez, esta voz proviene, de la interjección ¡arre!, que se empleaba para avivar el paso de las bestias.
En Arbeteta en el siglo XVIII la arriería era el segundo sector profesional, el primero era la agricultura.
Según el Catastro de Ensenada, en Arbeteta la arriería tenía una producción anual de 84.395 reales de vellón, frente a los 240.700 de los labradores, teniendo en cuenta que muchos labradores simultaneaban ambos oficios. Las mercancías eran diversas , como podemos ver en los cuadros adjuntos confeccionados con los datos del Catastro de Ensenada de 1752. Para comparar el poder adquisitivo, hemos de tener en cuenta que un jornalero o pastor a duras penas llegaba a tener 400 reales de vellón al año. El arriero solía quintuplicar esos ingresos. Ello hacía que algunos vecinos pudieran vivir de una manera más desahogada.
*Juan Luis López Alonso realizó estos cuadros con los datos del Catastro de Ensenada de 1752.
Las mercancías que se transportaban eran, principalmente, vidrios de las fábricas de Arbeteta, de Vindel y de las del Recuenco, lana merina de toda la sierra de Cuenca, sedas de Pastrana, géneros de botica y aceite de la Alcarria. De vuelta traían pescado cecial o en escabeche, cuero vacuno, frutos secos, queso, barrilla, etc.
Los arrieros solían salir de Arbeteta en pequeños grupos, con el fin de tener siempre un apoyo en caso de necesidad y también para mitigar la soledad del viaje. La lejanía del hogar suponía una dureza añadida, que hoy difícilmente podemos imaginar. Las posadas del camino servían para el alojamiento de hombres, animales y cargas. En el camino coincidían con otros compañeros de los pueblos cercanos con los que reinaba un gran compañerismo, sobre todo al verse en tierras lejanas. En ocasiones eran portadores de noticias a las familias de las incidencias ocurridas en el viaje. Los viajes duraban de 30 a 60 días, dependiendo del destino, por ejemplo ir a Galicia duraba 60 días la ida y la vuelta. Vamos a contaros un caso que les sucedió en el mes de enero de 1722-1723 a tres arrieros de nuestro pueblo en la Villa de Haro[1], hoy Comunidad de La Rioja.
Estos hechos se extraen del protocolo que se denomina “Manuel de Toro, José del Amo y Julián López Martínez[2], vecinos de Arbeteta, con José Manuel de Quevedo, Recaudador General de la Renta de Tabaco de la provincia de Valladolid, sobre fraude y denuncia de tabaco.”
A pesar de que era el mes de enero no fue de fríos extremos y además las labores del campo estaban paralizadas. Así que nuestros paisanos Manuel de Toro, José del Amo y Julián López Martínez se reúnen a finales de enero para comenzar un viaje a Bilbao. Transportarán lana o vidrio con 8 mulas, realizando el viaje de ida sin novedad. La ruta que han seguido es la habitual: Arbeteta, Oter, Canrredondo, Medinaceli, Almazán, Soria, Logroño, Haro, Vitoria y Bilbao. Lógicamente no pasan por Burgos, como indica la moderna Ruta de la Lana. Para el viaje de vuelta cargan en Bilbao pescado escabechado en barriles o cubetos. Los días de finales de febrero son más largos. La jornada se alarga y se hacen más leguas de camino.
Antes de llegar a Haro se une a ellos Antonio Jiménez, natural del Reino de Aragón, con un mulo y un burro, cargados de barriles similares a los que transportaban los arrieros de Arbeteta.
Antes de entrar en Haro tienen que pasar por el puente sobre el río Tirón. La Administración y Gobierno de la Renta General es la encargada de la vigilancia de las mercancías que pasan por él. El control lo realizan los Guardas de la Renta de Tabacos. Al ver a los guardas a lo lejos, Antonio Jiménez abandona las caballerías en manos de nuestros arrieros y se da a la fuga, acogiéndose a sagrado en una iglesia de Haro. Mientras, los Guardas juntan todas las caballerías y registran las cargas, encontrando en los barriles de Antonio Jiménez, tabaco simulado en barriles de escabeche. Detienen y acusan a los arrieros, les incautan las caballerías con su carga, y les encarcelan. Es el día de san Gabino, 19 de febrero de 1723.
La Justicia de Haro comprueba que se han detenido 9 caballerías mayores y 1 menor. 8 mulas van cargadas con barriles de escabeche, pertenecientes a los vecinos de Arbeteta; la otra mula y el burro cargados de tabaco, son los propios de Antonio Jiménez. Nuestros arrieros pasan los días encarcelados, hasta que la Justicia descubre la verdad, y el Juez determina su libertad, lo que ocurre el 28 de marzo de ese año. El Juez declara inocentes a los arrieros y condena a Francisco Antonio García de Obregón, como responsable de los Guardias del puente, por la negligencia de juntar las caballerías, y le multa con 100 reales, con los que se indemnizaran a nuestros arrieros en razón de daños.
Se realiza la cuenta: son 37 días de cárcel, a 3 reales el día, suman 15.096 maravedís, que se pagan a los arrieros. A esa cantidad se añaden 29.713 maravedís que les habían costado las costas procesales, y que se las tienen que reintegrar.
En la sentencia el juez aprovecha para dar un tirón de orejas a los arrieros: “.…que en adelante atiendan más cuidadosos y vigilantes a saber y enterarse de las penas a los que conducen géneros prohibidos, y de mala entrada en los encuentros y ocurrencias que se les ofrecieren, así en los caminos, como en las entradas de los puertos, para que en otra forma, y siendo aprehendidos con ellos, serán castigados.”
Desconocemos cuando pudo salir de la iglesia y el destino del contrabandista aragonés. Nuestros arrieros reanudaron su viaje a Arbeteta con su escabeche el 4 de abril, día de san Isidoro de Sevilla. Probablemente la noticia de su detención llegaría a Arbeteta antes que ellos, ya que en las posadas y mesones del trayecto coincidían arrieros de distintos pueblos que se conocían entre sí y hacían correr las noticias por todo el Reino. Pese a ello, nos imaginamos la preocupación de las familias por la tardanza. En este caso viajaban 3 arrieros con una recua, y entre ellos pueden solucionar los problemas que les van surgiendo en el trayecto. No ocurre así cuando viaja uno solo, que aprovecha para unirse a otros arrieros para hacer juntos el camino, como veremos en el siguiente caso, con lo ocurrido al padre de Julián López Martínez, uno de nuestros tres arrieros.
Vamos a retroceder en el tiempo, estamos en 1710 en la ciudad de Guadalajara. Corren tiempos duros por la Guerra de Sucesión. Las tropas portuguesas y angloholandesas, partidarias del Archiduque de Austria, asolan Castilla y Juan López arriero de oficio y vecino de Arbeteta, viene de León con un macho de 4 años y una carga de hilo, pero esta carga ni nuestro paisano llegarán a Arbeteta. El 27 de marzo de 1.710, festividad de san Ruperto, se encuentra enfermo en la cama de una posada de Guadalajara “de la enfermedad que Dios Nuestro Señor quiso servir dejarme”. Se siente con el pie en el estribo (que le llega la muerte), y sabe que ya no volverá a Arbeteta. Por eso lejos de su casa decide hacer testamento, nombrando herederos universales a sus pequeños hijos María y Julián, uno de nuestros arrieros protagonistas de la historia anterior, y tutora de ellos a su mujer Isabel Martínez. Como albacea nombra a su suegro León Martínez. Entre las mandas destaca su deseo de ser enterrado en la iglesia de San Gil de Guadalajara y amortajado con el hábito de franciscano. Las demás mandas son las habituales en los testamentos de la época. El testamento se realiza en presencia del escribano de Guadalajara, Pedro Sánchez de Montoya, ante los testigos Gaspar Alonso, de Fuentelaencina, Andrés Muñoz y José del Rincón, ambos de Guadalajara.
Esperamos con estos relatos que sirva para hacer ver al curioso lector la dureza de la arriería, en una época en que no había teléfonos móviles, y los caminos solían ser, en gran parte, de herradura, a lo que se agregaba la lejanía del hogar. A ellos y a su sacrificio se les debe en gran parte la prosperidad de Arbeteta en el siglo XVIII.
[1] AHN. Consejos. Leg. 37652, exp.1820
[2] Julián López Martínez: Vamos a contar en la siguiente historia como su padre, murió en Guadalajara. Julián tomaría la profesión del padre y continuaría muchos años con la arriería. En el Catastro de Ensenada de 1.752, figura como arriero, que con tres machos realiza 4 viajes anuales a Galicia, empleando 60 días en cada viaje, y sacando 960 reales por viaje. Prototipo de hombre laborioso de la época. En 1772 será uno de los testigos que aporte Baltasar Carrillo para conseguir su Privilegio de Hidalguía.
Interesante y precioso documento que retrata a nuestros antepasados con precisión estadística.
Una entrada muy ilustrativa para «ponernos en la piel» de la gente de aquella época. Gran trabajo:)
Muy interesante e ilustrativo este articulo descrito de una forma sencilla y amena, que a los que tenemos más edad y hemos vivido en un pueblo no nos resulta tan lejano.
Felicito a las personas que realizan esta labor de investigación y relato para deleite nuestro.
Agradecer como no, a mi buen amigo D. Juan Luis López Alonso, su constante trabajo y el entusiasmo que pone en ello.
Por último un gran saludo a todo el pueblo de Arbeteta ! mis buenos paisanos!.
Pingback: Rafael López : Castigo y temor a la Justicia. Arbeteta 1.790 – 1.795 | Villa de Arbeteta
Pingback: De las mulas y otras historias | Villa de Arbeteta
Pingback: Reales Provisiones de Arbeteta en el siglo XVIII : El vino | Villa de Arbeteta
Pingback: Arbeteta ayuda a Filipinas.1863 | Villa de Arbeteta
Pingback: I Encuentro de Historiadores del Alto Tajo | Villa de Arbeteta
Pingback: La balanza de pesar monedas | Villa de Arbeteta