En esta ocasión iremos con Arbeteta lejos, muy lejos, nada menos que a Filipinas. Se preguntará el lector qué tiene que ver Arbeteta con Filipinas, y eso es lo que le contaremos en este post.
España y las Filipinas comparten una historia común por el hecho de que Filipinas fue parte del imperio español durante trescientos años y fue la única provincia española en Asia. El explorador español (nacido en Portugal ) Fernando de Magallanes se encontró por primera vez en las Filipinas en 1521 en misión encomendada y financiada por el rey Carlos I de España. Magallanes bautizó aquel archipiélago con el nombre de Islas del Poniente, reclamando aquellas islas para la Corona Española.
En 1543, el explorador malagueño, Ruy López de Villalobos, llegaba hasta el archipiélago de las Islas del Poniente con el firme propósito de colonizarlas, para establecer una ruta comercial viable con los territorios españoles de América. Fue su expedición la que dio nombre a esas islas con el nombre de Islas Felipinas, en honor al entonces Príncipe de Asturias y futuro rey Felipe II. Con el tiempo se transformó el nombre de Felipinas a Filipinas.
Las Islas Filipinas pertenecieron a España hasta 1898, año en el que se perdieron un importante número de colonias debido a la guerra hispano-estadounidense que enfrentó a ambos países y por las que los españoles perdieron algunas de sus posesiones (entre ellas Cuba, Puerto Rico, Guam y la propia Filipinas).
A mediados del siglo XIX Arbeteta, como todos los pueblos de su entorno, se encontraba muy escasa de noticias del mundo exterior. Algunas llegaban con los arrieros, trajineros y viajantes; otras, por medios oficiales; y algunas, cantadas y contadas por los ciegos, que relataban crímenes tremendos y romances de todas clases en sus pliegos de cordel. Los vecinos de Arbeteta se arremolinaban en torno a ellos cuando llegaban al pueblo, esperando melodiosas noticias a cambio de unos céntimos.
Estamos en 1863. Llega uno de esos ciegos a Arbeteta del que no nos ha llegado su nombre. Los chicos y mayores le rodean en los peldaños del olmo, y como dice el romance, bien oiréis lo que dirá:
“¡Manila! la capital

de la isla de Luzón
y todas las Filipinas
que posee el español.
Sepultada entre ruinas
yace a causa del furor
de un horrible terremoto
que todo lo destruyó.
Ciento y cuarenta mil almas
habitan la población,
siendo tres cuartos de legua,
de circuito su extensión.
Doce arrabales posee
en todo su rededor,
que comunican con puentes
por llegar a su interior.
Rica, fértil y abundante,
posee allí el español
de la Corona de España,
un joyel de gran valor.
Mas esa preciosa joya
con que el cielo nos dotó,
hoy gime triste, afligida,
y sumida en el dolor.
Era el día tres de junio,
de triste recordación,
el que debía de ser
sólo de satisfacción.
En este día, a las siete
y media, al ponerse el sol,
oyeron sus habitantes,
un continuo temblor.
Que haciendo temblar las casas,
de sur a norte pasó,
que más de treinta segundos,
su oscilación duró.
Dos o tres oscilaciones
de fuerte trepidación,
y vaivenes espantosos,
dio a todo su derredor.
Causaron en un instante
tan terrible confusión,
tal espanto y sobresalto,
tal pasmo y tal terror…”
Continuaba el ciego declamando ante los absortos oyentes las desgracias y destrucción que ocasionó el terremoto: la catedral de Manila, las iglesias, la Real Audiencia, el hospital militar, cuarteles, viviendas, etc.
“El número de los muertos
no se puede relatar,
pues muchos de las ruinas,
no se han logrado sacar.”
Intenta después despertar los corazones de los oyentes:
“Ahora se ha decretado
una suscripción general,
en toda España que alivie
lo que se pueda aliviar.
Pues son tan grandes las pérdidas,
que sin mucho ponderar,
en cuatrocientos millones,
bien se pueden calcular.
¡Cuántos pobres infelices
hoy se encuentran sin hogar!
¡cuántos ayer eran ricos,
y hoy tendrán que mendigar!
Todos son nuestros hermanos,
y hoy debemos probar,
que a tan lejanas tierras,
llega nuestra caridad.
Permita Dios que el socorro
que les vamos a enviar,
su aflicción y su tristeza,
puedan en algo aliviar.”
Todos los asistentes se quedaron impresionados y dispuestos a ayudar con lo poco que tenían. Se realiza una suscripción nacional “para el alivio de los necesitados del terremoto ocurrido en la Islas Filipinas en el mes de junio último”. La lista de suscriptores de Arbeteta, con lo que aportó cada uno, es la siguiente:
Los que aportan más de un real: Ramón Martínez, 1 real y 42 céntimos; Juan Antonio García, 4 reales; Miguel Sacristán, 2 reales; Juan López. 2 reales 12 céntimos; Juan Cantero, 4 reales; Lázaro López, 1 real 42 céntimos; Juan Herráiz, 2 reales; Miguel Montón, 2 reales 18 céntimos;
Los que aportan sólo céntimos: Agustín Pérez, 24 céntimos, Santiago Costero 48, Miguel Sanz 48, Miguel Alonso 26, Apolinar Cobeta 72, Marcos Guerrero 12, Clemente Martínez 48, Feliciano Indarte 24, Julián Alonso 48, Demetrio Martínez 96, Antonio Alonso Blasco 96, Felipe López Saiz 24, José Alonso 48, Aquilino López 24, Victoriano Alonso 48, Juan García 72, Eleuterio Chiloeches 48, Antonio del Amo Sanz 72, Máximo Herráiz 24, Santiago Herráiz 72, Mariano del Amo 72, Manuel Costero 36, Gumersindo del Amo 48, Román Cortés 24, Antonio Rojo 24, Francisco Huici 96, Juan Ortega 24, Cesáreo Herráiz 72, Victoriano del Amo 48, Tomás López 48, Isidoro López 48, María Sacristán 24, Juan del Amo 48, Gervasio Alonso 24, José Navarro 24, Dámaso Costero 48, Mariano García 24, Juan Argilés 48, Mariano Lausa 48, Gregorio Parrilla 48, Tiburcio del Amo 24, José Lapresa García 84, Antonio Alonso de la Llana 48, José Rojo 96, Francisco López Muñoz 96, Justo Martínez 24, Juan Rodríguez 24, Galo del Amo 24, Antonio López 48, Ramón Costero 24, Elías Martínez 48, Justo del Amo 24 y Ruperto Ortega 24.
El listado de los vecinos puede resultar pesado, pero es una fotografía de los habitantes de Arbeteta en 1863, con los apellidos de la mayoría de los habitantes. Son generosos en su pobreza, como la viuda del Evangelio: “…Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: – Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos”. (Marcos, 12, 43-44). Si bien es cierto que Filipinas sufrió una gran desgracia, no lo es menos que en esta ocasión Arbeteta mostró su generosidad con el cariño más profundo, como lo podía haber hecho con uno de los pueblos vecinos. En el mes de marzo de 1885, Arbeteta volverá a ser solidaria, en este caso con las víctimas del terremoto de Granada y Málaga, pero eso ya es otra historia.
“Y aquí se acaba el romance,
que en el pliego escrito está,
sólo dos céntimos cuesta,
a quien lo quiera llevar”.
Que interesante todo lo que nos contais . Muchas gracias
Que sorprendente y desconocida historia.
Muchas gracias por el trabajo.