Aunque hayan pasado unos días de la celebración de la fiesta de San Antón, y como no podía ser menos, nos acordamos de un animal entrañable que ha vivido entre nuestros antepasados, dándoles sus huevos y su carne. Nos referimos a la gallina. Nuestros abuelos sentenciaban: “por San Antón, gallinita pon, y si no, retortijón”. No había piedad con la que dejaba de poner. La gallina solía tener cinco o seis años productivos.
La gallina exigía poco trabajo y poco gasto para su mantenimiento, pudiéndoles echar alimentos y desperdicios, que quedarían perdidos sin ese uso. Se les echaba poco y a menudo, para que estuviesen con ganas y lo comiesen todo. Requerían más vigilancia que trabajo. La raza más apreciada en Arbeteta era la castellana negra.
Entre todas las aves, han sido las gallinas las más apreciadas en Arbeteta por su producción, ya que las gallinas y los huevos han sido alimentos provechosos y estimados en todo tiempo. El cuidado de estas aves era en época de nuestros abuelos una labor propia de las mujeres, y era considerada por los hombres como impropia de su sexo. Decía Paladio en su Tratado de Agricultura, hace casi 2000 años, que “la cría de las gallinas, ninguna mujer, con tal que sea un poco trabajadora, la desconoce”. Las gallinas eran fieles a su casa y conocían a su dueña, acudiendo a la carrera cuando las llamaban: “pitas, pitas, pitas”. No obstante, algunas gallinas iban marcadas con un hilo de lana de color para identificar a su propietaria, o para controlar si ponía.
Por las mañanas, antes de su suelta, todas las gallinas pasaban por la revisión anal que su dueña les hacía con el dedo meñique, al objeto de saber si habían puesto, y que no se fueran a poner a otro sitio fuera de su gallinero.
En ocasiones, una gallina dejaba de comer. Entonces la dueña la cogía y le abría el pico y le miraba debajo de la lengua a ver si tenía “pepita”, algo que a los chicos nos resultaba curioso, y mirábamos con interés como se la quitaba su dueña. Ya lo explicaba Paladio en la obra mencionada: “suele salirles la pepita, que reviste la extremidad de su lengua con una película blanca; esta se levanta con cuidado con las uñas”. Otra enfermedad de la gallina es la dureza de buche, enfermedad que les causaba la muerte. El tratamiento que les daban era introducirles por el pico una cantidad de aceite, y si no curaba, he visto como la dueña de una, la operó, abriéndole el buche, le vació todo lo que tenía en él, y se lo cosió con aguja e hilo. Sanó muy bien y puso muchos huevos, siendo el orgullo de su dueña.

Hemos de decir para los no entendidos en la materia, que para la postura de huevos no son necesarios los gallos, ya que las gallinas ponen naturalmente, pero infecundos, sin “engalladura”, a cuyo fin es necesario el gallo. Lo ideal era un gallo por cada 12 o 15 gallinas. Periódicamente la gallina salía llueca y a una de ellas se le ponían huevos de buena calidad en un nidal. Se la apartaba de las demás, para que no la distrajeran, y los engueraba durante 21 días. En este tiempo se le ponía comida y agua cerca para que abandonase poco tiempo el nidal. El tiempo de echarla llueca era el invierno. A los 8 días de nacidos, a los pollos se les daba de comer con libertad grano molido.

En Arbeteta hemos conocido las gallinas en dos tipos de gallineros: los pequeños edificios que hay alrededor del pueblo y que fueron construidos exprofeso para las gallinas, y exclusivo para ellas; y los que compartían en las cuadras con las mulas. Estas últimas dormían en unos palos elevados detrás de las mulas, a los que subían por otro palo acondicionado para tal fin. Estas gallinas de las cuadras se encontraban más cálidas que las de los pequeños gallineros del exterior. En ambos casos se les solía poner algún cesto viejo con paja, a manera de nidal. En él se les ponía un huevo que previamente había sido vaciado y rellenado con yeso y guardando su apariencia. Este huevo le servía a la gallina de reclamo para poner, y para que la gallina viciosa dejase de picar los huevos y romperlos. Si no se le quitaba ese vicio, se quitaba, porque era más perjudicial que útil.
El grano que se utilizaba primero con las gallinas era el recogido al barrer la era, que llevaba mucha tierra. Todas las mañanas, antes de soltarlas, se les echaba un puñado de cebada, el resto de la alimentación lo tenían que buscar ellas escarbando todo el día. Por eso en todas las calles y alrededores del pueblo había gran concurrencia de gallinas. Iban buscando en los muladares, cuadras y corrales, semillas en los excrementos de mulas y ovejas, así como insectos, gusanos, lombrices y algún pequeño animal. Nosotros llegamos a ver como una gallina atrapó un ratón, y tirando entre varias, lo hicieron pedazos y se lo comieron. Hay una anécdota que se ha contado por numerosos vecinos en que otro vecino iba al Picazo con urgencia y bajándose los pantalones. Las gallinas al verlo acudieron corriendo, y él les dijo: “- Andad, p…, como no traigáis cuchara, hoy no coméis”.
Al frente del gallinero se encuentra el gallo, que es polígamo, es decir, que va rodeado de 12 o 15 gallinas, como un sultán. No abandona nunca a sus gallinas, se muestra vigilante, y advierte de los peligros que puedan acechar. Si encuentra algún gusano, llama a las gallinas y se lo cede con satisfacción. Copula diariamente con todas las gallinas.
Los huevos eran un alimento de primera necesidad, sobre todo en los años de postguerra. En los años cuarenta había vecinas de Arbeteta, como Manuela López Costero, que recogía los huevos de sus gallinas, y algunos más que adquiría en el pueblo, los metía en dos cestas, subía con ellas a la Casilla, cogía la Flora Villa e iba a Madrid, donde vendía los huevos a buen precio. En Madrid había más escasez que en el pueblo. Con el producto de los huevos compraba retales y prendas textiles, y se volvía a Arbeteta, donde podía vender lo adquirido en Madrid. Eran tiempos de supervivencia que nos hacen ver lo emprendedora que era Manuela, con más de 70 años.

Con estas líneas hemos querido hacer un homenaje a este animal y a las mujeres que las cuidaron, que han ayudado al mantenimiento de nuestros antepasados.
Y que buenos esos huevos, fritos con puntilla, y acompañados con torreznos! Eso si, fritos en la sartén de hierro y a la lumbre con matas de romero.
Gran homenaje a las gallinas y las mujeres que las cuidaban.
Gracias por vuestro trabajo.
Un abrazo.