Con este nuevo post abrimos otra etapa en el blog Villadearbeteta, la primera sin nuestro querido Juan Luis, cuya memoria nos acompañará siempre.
Hoy viajaremos un siglo atrás en el tiempo para contar la historia de Dionisio López Cortés, un joven de nuestro pueblo que fue llamado a filas y, en el sorteo le tocó ir a Marruecos. Único arbetetero que vivió en primera persona la dureza de la Guerra del Rif.
Conocemos esta historia gracias a las valiosas notas que me ha facilitado su hija Lucía, hermana de Nory y Santos e hija de la “tía Pura”. A quien agradezco profundamente por abrirnos una ventana al pasado de su padre.
En 1923 en España el reclutamiento era por sorteo anual de quintas. Quienes podían pagar la cuota realizaban un servicio reducido: por ejemplo, con 1.000 pesetas se reducía de tres años a 10 meses, y con 2.000 pesetas a solo cinco meses, costeándose además su propio equipo militar. Ya no existía la posibilidad legal de sustitución por otra persona (abolida en 1912), pero la cuota seguía provocando desigualdad social en el reclutamiento, solo iban a Marruecos los hijos de los pobres.
Dionisio López Cortés nació en 1902 en Arbeteta, hijo de Hilario López Costero y María Cortés del Amo. Fue el tercer hijo de cuatro hermanos: Mariano, el mayor; Emilio, el segundo; y Santos, el menor, quien años después perdería la vida en la guerra civil. La juventud de Dionisio transcurrió en Arbeteta, dedicada a las labores del campo y al cuidado del ganado. En 1923, con 21 años, Dionisio fue llamado a filas en un momento en que España estaba librando una guerra con Marruecos. También llamada guerra del Rif.
Fue un enfrentamiento originado por la sublevación de las tribus del Rif, una región montañosa del norte de Marruecos, bajo el liderazgo de Abd el-Krim contra las autoridades coloniales españolas y el Imperio colonial francés. La presencia de estas dos potencias se concreta en los Tratados de Tetuán (1860), Madrid (1880) y Algeciras (1906), completado éste con el de Fez (1912), que delimitaron los protectorados español y francés, cuya vida administrativa y geográfica se inició en 1907.

En 1909 se produjo una agresión de las tribus rifeñas a los trabajadores españoles de las minas de hierro del Rif, cercanas a Melilla, que dio lugar a la intervención del Ejército español, cuyo resultado fue el desastre del Barranco del Lobo.
España tenía que mandar soldados, así que el sorteo para ir a quintas (servicio militar obligatorio) se realizaba de forma pública. Allí se introducían los nombres o números de los mozos que debían ser llamados al servicio. Este sorteo se llevaba a cabo habitualmente en actos presididos por autoridades locales o militares. En los municipios pequeños estaban presentes el alcalde, el secretario, el cura párroco y el médico, este último debía verificar que ninguno de los mozos se encontraba incapacitado para su definitivo alistamiento. Era frecuente que fueran descartados más del 50% de los que aparecían en la lista inicial. Además de los fallecidos, con anterioridad a ser llamados a quintas, las causas más frecuentes de exclusión eran la de ser hijo de viuda pobre, o presentar limitaciones en la estatura, con lo que eran declarados exentos.
En el caso de nuestro protagonista, el sorteo para su destino militar se celebró en Arbeteta, presidido por el secretario don Pedro López Costero, tío carnal de Dionisio. Este, junto a su hija, fueron años más tarde los padrinos en el bautizo de Lucía, la hija mayor de Dionisio. Durante el sorteo, había dos recipientes de cristal con bolas numeradas representando distintos destinos. Dionisio, atento y deseando permanecer en España, intentó coger la bola que le garantizaría quedarse en territorio nacional. Pero sus dedos se resbalaron, y sin querer tomó la bola destinada para África. El disgusto en la familia fue enorme, pues era el único mozo que debía partir hacia la guerra.
En el pueblo, a pesar de las escasas comunicaciones, la gente sabía lo que estaba ocurriendo afuera. El recuerdo del desastre de Annual de 1921 pesaba como una losa sobre los ánimos de los españoles, especialmente de los nuevos soldados con destino a ese lugar. Mientras tanto, las niñas del pueblo —entre ellas su hija Lucía— cantaban mientras jugaban al corro.

En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por España.
Pobrecitas madres
cómo llorarán
al ver a sus hijos
que a la guerra van.
No me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Después de despedirse de su familia, Dionisio emprendió el camino hacia Málaga con una maleta al hombro. Años más tarde contaba a sus hijos, que aquel día llovía a cántaros. Los soldados embarcaron en trenes de tercera clase, adaptados para el transporte de tropas y material militar. En el puerto los aguardaba un barco que los llevaría a Melilla. Mojados y apretados, iniciaron un viaje terrible. Con el vaivén de las olas, Dionisio se sintió mareado, triste y, sobre todo, asustado, sin saber qué le deparaba el futuro.
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